Al día siguiente los embajadores comunicaron en qué condiciones los lacedemonios harían la paz; Terámenes habló por ellos y dijo que era necesario obedecer a los lacedemonios y derribar los muros. Se opusieron algunos, pero muchos más convinieron y se aprobó aceptar la paz. Después de esto Lisandro entró en el Pireo y regresaron los desterrados y derribaron los muros [atenienses] al son de las flautas con gran celo, pues creían que aquel día comenzaba la libertad para la Hélade.
Jenofonte, Helénicas, ed. Gredos, p. 74